Luis Luna León viernes, octubre 14, 2011 0 comments artículo felicidad luis luna leon nostalgia opinión triste Hoy me he permitido estar triste Home » artículo » felicidad » luis luna leon » nostalgia » opinión » triste » Hoy me he permitido estar triste A muchos les da miedo sentir tristeza. Creen que los hace débiles o fáciles de carácter. Yo pienso diferente. Por eso hoy, me he sentado en este sillón. Me quiero dar libertades. Hoy me he permitido estar triste. Arrastrar por un momento a la tristeza cual cobija de un sonámbulo. Quiero sentirla. Abrazarla fuertemente para no dejarla escapar. Hacerla mi amiga, mi compañera, mi confidente. Besarla. Que me acaricie, sentirla mía. Por ello, me inspiro. Pienso en los que ya no están conmigo, en los que me observan desde algún lugar del infinito. En mis muertos. Recuerdo sus risas, sus palabras. Esas tardes de domingo en casa de la abuela. En mi cuarto guardo los souvenirs de su presencia. Tomo en las manos esa chamarra obsequiada, aquella foto en donde, alrededor de un pastel de cumpleaños, todos sonreíamos. Conservo la pluma, la camisa, sus sonrisas, sus palabras, sus consejos. Presente está en mí el recuerdo de esa comida, sus letras, sus cartas. Todo de ellos lo recuerdo. Y hoy, que ya no están conmigo, me duelen. Los necesito. Quiero estar triste. Y en esa búsqueda de tristeza, cierro los ojos. Me meto en mi pasado. Tengo polvo y lodo en mis zapatos por el caminar en mis recuerdos. Y he de ser honesto: no fue suficiente ese recuerdo para sentir a la tristeza. Recordé a mis amigos, los que ya no están y los que siguen conmigo. Es curioso: por los que están muertos me sentí alegre. Sé que descansan en la eternidad y que viven en mi recuerdo. Aún no los he enterrado y a cada rato platico con ellos. Pero los sentimientos más sensibles afloraron con los amigos que aún conservo. Pero no me puse triste. Me dieron compasión, porque “lástima” es una palabra muy fuerte para mí. Los comparé. Recordé como eran en el pasado y como son hoy día. Están desfigurados. La soberbia los ha cambiado. Dicen que el poder y el dinero cambia a los seres humanos. Yo creo que no los cambia: los desenmascara. En esta etapa de mi vida, todos mis amigos acaban de salir del carnaval de la vanidad. Se han quitado las caretas. Me han dejado ver su verdadero rostro. Aquel amigo que apoye para alcanzar el cargo público ya no vive aquí. Se cambió de casa. Hoy vive en la nube numero 6. Vive rodeado de su familia, pero solo. El único amigo que tenía, ese que me decía que el éxito de nuestra amistad era el no vivir en competencia conmigo, no sé en donde está. Hoy ya no tiene tiempo para mí. Y no compite conmigo. Lo hace con alguien más fuerte. Vive compitiendo con su propio pasado. Tratando de ganarle a lo que en el ayer no gozó y hoy, demostrándose que si puede. Solo me tranquiliza el saber que nunca se le puede ganar a la propia vanidad y que cuando se canse, aquí estaré, con la mano extendida hacia él. Pero hoy quiero estar triste. Por ello, me salí de ese pensamiento y me fui con “mis viejos”. Mi madre con diabetes, mi padre con hipertensión. Uno con un pasado y el otro con un futuro. Viviendo juntos pero con diferente código postal. Cada quien con su realidad y con su propio destino. Muchos dicen que el matrimonio es ver hacia el mismo horizonte, pero no aclaran que puede verse al sol desde diferentes posiciones. Pero hoy quiero estar triste. Me acordé de las visitas que muchas veces hice a los asilos de ancianos. A mi mente llegaron los momentos en los que, en cunclillas, platiqué con algunos de ellos. Ancianos abandonados después de dar tanto y todo a los demás. Aquel Secretario de Gobierno del ayer, hoy es solo un hombre postrado en una silla de ruedas. Sin mayor fortuna que lo que aún le sigue ofreciendo la dádiva a través de una enmohecida cobija. Hoy no hay quien se ocupe de ellos. Ni sus propios hijos. Esos ancianos están depositados en resguardo como mobiliario inservible. Sembrados. Anclados a ese asilo, unos por su propio pasado y otros, por haberles dado un futuro a sus propios hijos al heredarlos en vida. Pero me apoyo en el pasado para seducir a la tristeza. Hacer que llegue a mi lado y abrazarla hasta fundirme en ella. En mi mente se dibujan mis proyectos de adolescente y los comparo con lo que tengo frente a mis ojos. Ninguno alcanzado. Aquella casa ofrecida a mi madre, aquél apoyo a mi padre. Esos sueños construidos en la sobremesa con la familia. Ese trabajo de lujo con grandes dividendos. Nada de eso forma parte de mi presente. Nada de eso lo he cumplido. Es más, no solo no lo he cumplido. Hoy yo les quito. Eventualmente, mi madre me da dinero para hacer frente a mis compromisos. ¡Qué ironía! Hoy caprichosamente me doy cuenta que cuando las familias son pobres, son unidas. Todos se toman de las manos y lloran por no tener y desean, y construyen, y arman, y diseñan un futuro juntos. Todos se prometen apoyo por siempre. Con las aguas del llanto forman los ríos de las ilusiones que los llevarán al éxito y a ojos cerrados la familia se avienta cual clavadista olímpico. Pero cuando el dinero llega, aquello que los unía se manda al baúl de los recuerdos. Nadie se acuerda de lo pactado. Lo material sustituye lo sentimental. Y esa unión desaparece. Por ello, me gustaría tomar un mouse y clickear en mi futuro como si se tratase de un programa en photoshop. Armar mi presente con los colores que yo quiero, con las formas que pretendo. Con esos pincelazos que desde niño soñé para mí y para mi gente. Sentir que no he vivido en vano. Y por no poder sentirlo, quiero estar triste. Hubo un sismo con graves consecuencias en mi propósito laboral. Una grieta me separa de lo que algún día soñé para mí y para los míos. He tendido puentes para alcanzar mis ideales pero me ha llovido mucho. Ninguno pude tenerlo en pie. Sufro de deslaves. Todos se caen por mis debilidades. Gozando de un trabajo que no me llena mas allá de los bolsillos. Un trabajo que me emociona pero no me conmociona. Y hoy que me permití estar triste, algo pasó. Porque aún y revisando en mi anaquel de curiosidades, aún y cuando esos recuerdos me llegan como moscos molestosos en plena noche en el bosque. Aún y cuando hoy me permití estar triste, no puedo hacer mío ese sentimiento. No puedo estar triste. La alegría sigue viva en mí. Me gana el saber que estoy sano. Que tengo a 2 hijos maravillosos que preguntan por mí cuando me voy a trabajar y que lloran por no verme llegar. Gratamente me doy cuenta que me golpea en la cara la realidad. Tengo a mis padres y están vivos. Mientras observo a mis amigos llevar flores a una tumba, yo recibo una llamada telefónica de mi madre para agradecerme el envío de ese pequeño ramo. Muchos platican con su padre esperando que el viento les traiga la respuesta. Yo solo guardo silencio para escucharlo hablar cuando lo deseo. Me siento a conversar con él en una mesa con un buen café, porque no me gustaría hacerlo sentado en una fría lápida viéndolo a los ojos en una acartonada fotografía teniéndolo hoy con vida. Por ello me alegro. Me pongo contento de tener a mi lado a una mujer que tiene muchos defectos. Pero que son menos en comparación con los que tengo yo. Me alegra saber que me ama a pesar de ser como soy. Un loco, bohemio, metodista, insensato, pesado, exigente, payaso, ridículo y soñador. Un hombre atrabancado para sus metas. La primer muestra de ello se la di cuando la pude conquistar. Hoy vivo feliz por tener a mi lado a quien amo y con quien quiero envejecer. De mis amigos, de ellos no me preocupo. Hoy estoy construyendo a dos amigos. Hablo de mis hijos. Ojalá algún día pueda hacerme su mejor amigo. Aunque tal vez nunca lo sepa. Probablemente ellos me digan “amigo” en medio de un rosario, cuando yo no esté aquí. Y aun así, no estaré triste porque me daré cuenta que si pude ser su amigo. Que logré la meta trazada. Y eso me hará feliz. Hoy me veo completo, con proyectos, con gente que me aprecia y que me odia. Que me saluda y que me evita. Pero que al final del día, ambos son sinónimos de que existo. Por eso hoy que me permití estar triste, me doy cuenta que no puedo. Que los problemas siempre existirán, pero que sin duda, las soluciones también vendrán. Me vale un comino cada uno de los malos momentos. No me importa que mi realidad esté manchada y escurrida como aquél excusado de cantina barata. Tengo las fuerzas suficientes para trabajar y decorar la casa. Y eso me alegra. Para ser feliz solo me basta con cerrar los ojos para recordar esos momentos de niño, o me basta voltear a ver todo lo que tengo sin merecerlo. Saber que hoy, al llegar a casa hay personas que me esperan y hay un perro que me mueve la cola. Y que mi futuro se guiará cual vela soplada por mi propio viento, encaminando la ruta hacia mis proyectos y objetivos. Y solo yo tengo el mando. Y me tengo tanta fe, que nadie me quitará la oportunidad de lograrlo. Ni yo me lo impediré. Y estoy aquí, hundiendo las teclas en esta computadora. Plasmando sentimientos encontrados. Feliz por saber que hay muchas cosas para vivir, pero triste por querer estar triste, cuando tengo miles de motivos para vivir feliz. Share This To : Facebook Twitter Google+ StumbleUpon Digg Delicious LinkedIn Reddit Technorati
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